«Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
No digamos a Dios: «somos los más dignos»; digámosle de corazón: «te necesitamos más que nadie».
Jesús acaba de referirse al Reino de Dios como a una levadura, como una pequeña semilla. Uno expresa la curiosidad que sienten los que rodean a Jesús con la pregunta sobre el número de los que se van a salvar. Es la misma curiosidad inquieta que el humorista Mingote pintaba en esa viñeta conocida con dos «rezadoras» levitando en el aire, «al Cielo iremos los de siempre».
Jesús no responde a la pregunta; no habla del número de los que se van a salvar sino del camino que lleva a la salvación. No es la raza o el grupo judío o el colectivo «católico de siempre» lo que da la entrada en el Reino sino la gracia de Dios y la apertura humilde y penitente de la persona humana. Todo será imposible al final cuando la puerta esté cerrada y el Banquete eterno haya comenzado.
Jesús nos recuerda que el tiempo que vivimos es el tiempo de la salvación. Que lo más importante es esforzarse «en entrar por la puerta estrecha». Es hora de vigilar, de estar despiertos, de «adelgazar» en todo lo que nos impide entrar por la puerta estrecha: el orgullo, la esclavitud del dinero, el vivir atados a las posesiones porque ponemos en ellas nuestra seguridad, el «ego» endiosado que bloquea nuestra experiencia del amor diario de Dios-Padre-Hijo-Espíritu Santo…
No digamos a Dios: «somos los más dignos»; digámosle de corazón: «te necesitamos más que nadie». La salvación se inicia en el corazón creyente y se manifiesta en la alegría de la fe y en el compromiso transformador del amor-Caridad. Esta «salvación-levadura» transformará la convicencia social y vendrán al Reino de Dios gentes de todos los pueblos, «de oriente y occidente, del norte y el sur y se sentarán a la mesa…». Isaías profetiza que de entre ellos Dios escogerá «sacerdotes y levitas». La salvación no es para un pueblo o grupo concreto. Las señales y el impulso del Espíritu nos hacen vislumbrar el mundo nuevo donde el pan sea pan para todos, el amor venza al odio y las armas se conviertan en arados y podaderas… Siempre vivimos en Adviento. ¿A qué me compromete entrar por la puerta estrecha?
Jaime Aceña Cuadrado cmf.
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