San Antonio María Claret
Parte de la sociedad en la que vivimos ha optado por mantener como referentes a ciertos marcadores de tendencias o, como se dice hoy en día, “influencers” que determinan cuáles son los patrones de conducta o el tipo de ropa que debemos vestir, pero pocos son los que conocen al Padre Claret.
Un sacerdote sencillo, predicador ambulante cercano a sus feligreses, misionero, confesor de la reina Isabel II o arzobispo de Santiago de Cuba que fue fundador de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (1849) y de la Congregación de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas (1855).
Durante su vida consagrada a Dios vivió la felicidad de la entrega a los demás, pero también sufrió los sinsabores de la incomprensión de aquellos que le juzgaban tan sólo por su fe y por haber decidido ser un instrumento del Señor a través de su entrega a los que le rodeaban. Iniquidades e incomprensiones que le llevaron a morir en el destierro de España.
Por ello, cuando se cumplen ciento cincuenta años de su muerte, bien merece nuestro reconocimiento y agradecimiento por cuanto supuso su presencia entre nosotros y por haber sido un influecer en nombre de Dios, amante de la justicia y entregado a los demás. Su persona nos anima e impulsa a seguir su ejemplo en unos tiempos y una sociedad tan similares a los que le toco vivir a nuestro Padre Claret.